J. Vilalta[REV NEUROL 2019;69:222]PMID: 31364152DOI: https://doi.org/10.33588/rn.6905.2019245OPEN ACCESS
Volumen 69 |
Número 05 |
Nº de lecturas del artículo 7.201 |
Nº de descargas del PDF 154 |
Fecha de publicación del artículo 01/09/2019
TEXTO COMPLETO(solo disponible en lengua castellana / Only available in Spanish)
He leído con interés el trabajo de González-García [1] y, en primer lugar, debo agradecerle la noble intención de que su lectura nos despierte un examen de conciencia para descubrir que hemos podido padecer el síndrome de ‘hubris’ de forma aguda o crónica y no hemos sabido reconocerlo en el momento. Siempre podemos pedir perdón a los afectados; en general, pasado el tiempo, los efectos se minimizan. Recuerdo que, cuando era residente en los años setenta, una noche hice venir a mi jefe, mi maestro, al quirófano de urgencias y cuando se puso al mando de la operación cogió el aspirador y dijo ‘esto es una m...’; lo tiró, después cogió el bisturí eléctrico y volvió a decir ‘esto es una m...’, y también lo tiró. Por último, de la luz que iluminaba el campo quirúrgico también dijo que ‘era una m...’, pero no pudo tirarla porque estaba amarrada en el techo. Después siguió la tormenta en la sesión matutina. Durante un tiempo, aquel episodio agudo de síndrome de ‘hubris’ me afectó. Después, con los años, solo me quedó una regla: ABC, es decir, cuando iba a operar comprobaba personalmente la aspiración (A), el bisturí eléctrico (B) más tarde, la coagulación bipolar y, por último, la calidad (C) de la iluminación, incluyendo la del microscopio quirúrgico.
La neurocirugía es una de las especialidades más asociadas a conductas prepotentes, dice el autor [1], y dentro de la especialidad cita el ejemplo de un caso de cirugía de raquis. No creo que haya subespecialidades más arrogantes que otras. Por poner un ejemplo, escuché una conversación entre dos colegas en un congreso: uno preguntaba qué diferencia había entre un gran neurocirujano vascular y Dios, y al no saber que contestarle, el primero dijo que Dios no se creía que era un gran neurocirujano vascular.
Referente a la falta de empatía de los enfermos de síndrome de ‘hubris’, me permito recomendar El doctor, una película estadounidense de 1991 dirigida por Randa Haines y protagoniza por William Hurt, que se cura tras padecer una grave enfermedad. Haber estado ingresado con alguna enfermedad grave y estar ‘en el otro lado’ es muy instructivo –lo afirmo rotundamente– y así William Hurt obliga a sus estudiantes a pasar por lo que pasan sus pacientes.
El síndrome de ‘hubris’ no es exclusivo de la neurocirugía. Dentro de las neurociencias, muchos de nosotros podemos tener en la cabeza a alguien que lo padece. También puede afectar a neurorradiólogos y, por poner un ejemplo, el escritor Jorge M. Reverte relató su experiencia con un neurorradiólogo intervencionista después de sufrir un ictus isquémico: ‘soy el doctor que mejor hace eso, todo un experto en España, pero no ha sido posible...’ [2].
Debo agradecer a Revista de Neurología el acierto en publicar este trabajo, sin duda contribuirá al conocimiento de esta patología para poder tratarla antes de que se haga crónica. No sé si puede resultar útil pasarle el artículo a un paciente por debajo de la puerta...
Bibliografía
↵1. González-García J. Síndrome de ‘hubris’ en neurocirugía. Rev Neurol 2019; 68: 346-53.
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