El trastorno del espectro autista (autismo) es una familia de trastornos del neurodesarrollo de origen genético y de elevada prevalencia y heterogeneidad que puede tener efectos devastadores para el niño, la familia, y los sistemas sanitario y educativo. A pesar de los avances en la detección sistemática a través de escalas y cuestionarios y en la armonización de los métodos de diagnósticos, la edad de diagnóstico del autismo en Estados Unidos ronda todavía los 4 o 5 años, y aún más en los colectivos desfavorecidos, lo que supone varios años después del segundo o tercer año de vida en que un especialista puede diagnosticarlo con fiabilidad. Dado que la detección y el tratamiento precoz son dos factores primordiales para optimizar el desenlace del trastorno, y dado que el diagnóstico es casi siempre una condición necesaria para que las familias puedan acceder al tratamiento precoz, la rebaja de la edad de diagnóstico se ha convertido en una de las mayores prioridades de la disciplina. Los últimos avances en la neurociencia del desarrollo social anuncian la aparición de métodos basados en el rendimiento, rentables y viables en el ámbito extrahospitalario, y sugieren un método complementario para fomentar el cribado universal y ampliar el acceso al diagnóstico. Estudios pequeños, pero cruciales, ya han descrito experimentos que diferencian grupos de niños en riesgo de sufrir autismo de los grupos de control y, hasta ahora, por lo menos un estudio ha podido predecir la clasificación diagnóstica y el grado de incapacidad por medio de un experimento breve. A pesar de que el camino para convertir esos métodos en eficaces herramientas de cribado diagnóstico será largo y de que conviene evitar conclusiones precipitadas, tal esfuerzo podría ser crítico para abordar este problema de salud pública de alcance mundial.
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